Dalila Elena Carrillo
Dalila Elena Carrillo
Nació el 24 de septiembre 1981, despareció el 23 de julio de 2007
(Hija, hermana y amiga)
Doña Silvia (madre):
Yo soy desplazada del municipio de Sopetrán, al occidente del departamento de Antioquia, yendo hacía la zona bananera del Urabá. En el 86 me mataron a mi marido. Y entonces yo me quedé sola con mis hijos. Él nos dejo una propiedad en la vereda Guayabal, pero como mi esposo tenía hijos con otra mujer, la tenencia de la propiedad era dudosa. Los hijos de él, con la otra señora, tenían nexos con Pablo Escobar, trabajaban para él. Empezaron a presionarme para quedarse con la propiedad y pues a mí me tocó desocupar y salir rápido de allá. Estuvieron a punto de matarme, pero mi Dios es muy grande, y afortunadamente me salvé. Fueron muchas amenazas y mucho miedo. Finalmente, me vi obligada a salir huyendo de allá, me tocó seguir sola, sin mis hijos, ellos se quedaron allá con esa familia… para mí eso es tan doloroso.
Estuve un año en Turbo Antioquia, luego por los lados del suroeste antioqueño recolectando café. El 14 de noviembre de 1993, llegué a Puerto Berrío con una bolsita con ropa y doscientos pesos, y allí me erradiqué. Seis años después, con muchas dificultades, logré que mis hijas se vinieran conmigo a Berrío. Mi hijo, el único varón, no quiso venirse conmigo, él me cogió como rabia después de lo que pasó, para él yo soy la mala. Se vinieron conmigo Areli, Isora, Dalila y Aidé, las cuatro mujeres.
Dalila era una persona muy alegre, apenas iba a cumplir 26 añitos. Era una ‘pelada’ muy rumbera, no quería tener hijos porque creía que eso era algo muy difícil y que la obligaría a asentarse en un lugar. Le gustaba moverse mucho, por un lado y por otro, era muy aventurera, muy alegre, muy fiestera. Le encantaba arreglar a las señoras, a mí me decía: “mamá, usted no es fea, venga la maquillo, la peino y la pongo bien bonita”, yo me dejaba y eso a ella le encantaba.
Vivencia de los hechos:
En el año 1999, Dalila, la tercera de mis peladas y la más aventurera, me dijo: ¡yo aquí no me quedo, me voy para Bogotá! Y efectivamente ese año se fue. Desde allá me llamaba, no se olvidaba de ninguna fecha especial, me llamaba en mi cumpleaños, en el día de las madres y, eventualmente, también a saludarme y a contarme qué hacía y cómo iba todo. Me decía que andaba por ‘Paloquemao’, que allá trabajaba en una peluquería, tinturaba, peinaba, arreglaba, cortaba el cabello y demás, todo lo que hace un estilista.
En mayo de 2007 me llamó y me dijo: “cucha, yo quiero ir a visitarla y quedarme con usted tan siquiera unos dos meses”. Y bueno, así fue que llegó el 5 de junio de ese año. Yo la noté un poco extraña, pero me dio la impresión de que todo estaba bien. Ella me contaba que le gustaba mucho moverse, que un día estaba allá y al otro día estaba en otro lado, que le gustaba salir a bailar y parrandiar. Y bueno, estuvimos esos días juntas.
El 23 de julio, me dijo que ya se iba. Yo pensaba que ella se iba a quedar dos meses, como inicialmente lo habíamos planeado, pero ese día desde muy temprano me dijo: “¡yo me voy, aquí no me quedo!” No me quiso explicar, sólo me decía: “¡mamá, yo me voy, ayúdeme a empacar¡”.
La saqué por la tarde al bus, le compré el tiquete y le pedí el número de la cédula pero no lo tenía porque la había perdido. Yo la regañé por irresponsable, le dije que uno no podía andar tan campante por ahí sin cédula, pero ella como era joven y tenía un carácter tan arriesgado me dijo: “¡No no no, tranquila cucha, a mí no me pasa nada, yo me voy!”. Yo le pedí que me llamara a penas llegara... el bus se fue por la panamericana de Puerto Berrío a Bogotá. Desde entonces, no sé nada de ella. Nunca me llamó porque nunca llegó y eso lo sé porque, unos días después, me llamo la señora dueña del lugar en el que ella trabajaba y me dijo que no había vuelto. Ahí me di cuenta de que realmente algo le había pasado. A mí me duele mucho, yo no sé qué pensar, la incertidumbre es abrumadora.
El duelo como tal yo no lo he vivido en algún momento específico, es más bien sufrimiento e incertidumbre todo el tiempo. Lo peor es que a mí nadie puede darme cuenta de lo que pasó, ni siquiera el chofer del bus que ella cogió, no sé quién es, no sé cuál fue el bus que tomó. Y pienso que mi error fue ese, no haberle tomado la placa al bus. Yo no tuve precaución y me tarde 19 meses en denunciar su desaparición. No lo hice porque pensaba que la respuesta que darían sería: “que se fue con el novio o se la llevó el marido de la vecina” Y lo pensé porque así suele ser la justicia en Berrío…